¡El dulce placer de la discreción…!
El
encanto del Arte de practicar la discreción adecuadamente debería venir de una buena
educación de los sentidos y del Alma misma. Cosa que no se aprende ni en aquellas
tan mentadas escuelas de señoritas donde muchas acudieron, o quizá en el hogar
mismo… Pero que no alcanzaron tal delicadeza en su educación… Creyéndose “sincerotes”
no se dieron tiempo en la reflexión de las consecuencias de sus palabras… Alejándose del ideal de los elegidos para
coronarse con los más ricos dones del cielo; llevando, sus víctimas, como
flechas clavadas en el cuerpo…
El dulce
encanto de la discreción vendría a ser una condición del Alma de quien la
posee: por tanto, es un tesoro muy bien preciado… que no lo tiene todo el mundo… Y que a veces cuesta algo de sufrimiento… Los
que no sirven “libre y responsablemente” a los principios de un dulce encanto
de la discreción, deben saber que zahieren a los demás a propósito… Y así
deambulan por la Vida: ostentando algún velado y supuesto título o condición
que les da la “autoridad” para cometer las ofensas más incendiarias (o indiscreciones)
en cuestión…
Los
espíritus sensibles deben saber, que deben unirse para defenderse. Y esta es una seria invitación “en el
Espíritu” para no sucumbir ante semejantes desprecios y maneras de humillación
gratuita; que pueden afectar más allá de lo pensado o sospechado…
El
universo y su Creador: atento al rol que ocupan “en la Viña del Señor” estos
seres demasiado sensibles; manda ángeles especiales para que defiendan tan
memorables creaturas y así no sufran más ante las heridas de la mente y el Alma…
Pero
¿quién hiere? ¿No es el ángel caído?: utilizando a otras creaturas… He allí el enigma… La tentación de herir deliberadamente
a tu hermano… Es un pecado digno de confesionario… ¡Porque hay tantas cosas que
se pueden evitar…! Y sin embargo nadie hace nada: triste… Nadie hace nada… nada...
nada…